martes, 29 de octubre de 2013

La huída


Todo el mundo habla de los emprendedores, hasta el BOE. La palabra es antigua, se documenta en castellano en el siglo XV; sin embargo, su uso como identificador de un colectivo de personas que tienen en común la intención de formar una empresa innovadora aparece en los años noventa. Desde entonces el gobierno pide emprendedores, y los padres, que antes soñaban con un hijo funcionario, sueñan ahora con uno emprendedor. Se diría que esto es algo novedoso, pero no: es la versión actualizada del más genuino American Dream y su inseparable Mr. Selfmade Man. No está clara la diferencia entre empresario y emprendedor –tienen la misma raíz etimológica, y empresa es, en primer lugar, ‘acción o tarea que entraña dificultad’, mientras emprendedor es el “que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas’; de hecho, el francés e inglés entrepreneur, con el mismo étimo, significa las dos cosas-, pero es igual. Con la mundialización de las políticas neoliberales y, sobre todo, desde el estallido de la crisis, el apoyo a los emprendedores se ha convertido en un slogan político muy eficaz. Al fin y al cabo, es más fácil predicar los beneficios que producen los emprendedores que crear puestos de trabajo, y encima sale mucho más barato.
Estamos dentro de una gran crisis, pero vivimos en la sociedad del éxito. Un mensaje se repitió hasta la saciedad: si te esfuerzas, podrás conseguir lo que te propongas. El mensaje, una de las causas principales del aumento de las ventas de libros de autoestima y del negocio de los fabricantes de antidepresivos, siempre fue falso: el porcentaje de los que logran lo que se proponen nunca supera en mucho al de acertantes de la lotería. Sin embargo, hasta hace poco, los que no conseguían lo que se proponían, con algo de paciencia y alguna pastillita, se conformaban con los trabajos que iban encontrando y con  unas remuneraciones que, en general, resultaban proporcionales a su formación. Pero llegó la crisis y esa lógica se rompió. Las empresas fueron cerrando, el tejido industrial se desmoronó y cientos de miles de puestos de trabajo desaparecieron. Ahora, la formación recibida apenas vale nada, cuando no molesta, y millones de jóvenes, sumamente estafados, deambulan sin presente ni futuro por el viejo y polvoriento suelo patrio. Ante tal situación, los últimos gobiernos de España, que bastante tenían con tratar de asalariar, o sobreasalariar, según los casos, a la numerosa parentela de sus partidos, y con tapar toda la corrupción asociada, se sacaron de la manga el último as que les quedaba: ¡Hazte emprendedor! Viene a significar: ¡búscate la vida!, pero la gente ha demostrado estar dispuesta a creer muchas tonterías a lo largo de la historia. Hoy, el negocio montado alrededor de los emprendedores (academias, conferencias, cursos presenciales y online, revistas, subvenciones, desgravaciones, etc.) es uno de los más florecientes del país. En realidad, emprendedores, emprendedores, hay los mismos que antes, o menos… Muchos han comprendido que lo que verdaderamente tenían que “emprender” era la huída.

Artículo publicado en el diario "La Región" el 29 de octubre del 2013. Pincha aquí.

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