domingo, 28 de marzo de 2010

Amicísimo


Los poetas, amigos míos, no son siempre los que hacen versos. Hay muchos versos –es sabido-, y a veces versos magníficos, que no son de poetas. Y acaso los poetas más profundos han hecho su poesía con la materia estremecida de su propia existencia y de sus sueños sin escribir un solo renglón.

....Después vinieron los capitanes enérgicos y ambiciosos, los de la fuerza y no la persuasión. Y se perdió el Paraíso; acaso porque todos los paraísos de la tierra están hechos para perderse.
Gregorio Marañón


O primeiro texto que escribín neste blog, hai un ano aproximadamente, levaba por título “Os libros que nos fan mellores”. Estaba dedicado a don Albino Núñez e facía referencia a un artigo seu: “O mellor amigo do P. Feixóo”, publicado na revista Lar de Buenos Aires con motivo do pasamento do doutor Gregorio Marañón, no ano 1960. Hoxe, 27 de marzo do ano 2010, cúmprense 50 anos do mentado pasamento.

O diario El País publica un par de interesantes artigos sobre a vida e obra do gran médico e humanista: "Marañón, clave española”, do historiador Juan Pablo Fusi, e “La sabiduría portatil del desterrado”, de Javier Rodríguez Marcos. Convídovos a que leades os dous. Eu, quédome cun apunte da súa libreta de notas: "Ser historiador no es saber la Historia pasada sino comprender la Historia presente", reflexión moi semellante a outras que fixeron Marc Bloch ou Walter Benjamin -santos da miña devoción- e que calquera historiador debería ter moi presentes.

Encabezaba don Albino o seu texto sobre Gregorio Marañón cunha cita do libro "Las ideas biológicas del P. Feijoo": «Si quisiera designarle con algún adjetivo especial entre mis autores predilectos, le llamaría, como él llamaba a Tozzi, "mi amicísimo"». E remataba: «Xa quixeramos a môr parte dos galegos ter feito pol-o prestixio d´iste país unha pequena parte do que fixo o grande home que coa súa morte sinala a data do 27 de marzo de 1960 coma unha das máis tristeiras nos anaes contemporáneos.». E como tal seguímola lembrando.

viernes, 12 de marzo de 2010

Un hombre de pueblo



...Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro....

... Y después de toparme con el Aniano, bajo el chopo del Elicio, tomé el camino de Pozal de la Culebra, con el hato al hombro y charlando con el Cosario de cosas insustanciales, porque en mi pueblo no se da demasiada importancia a las cosas y si uno se va, ya volverá; y si uno enferma, ya sanará; y si no sana, que se muera y que le entierren. Después de todo, el pueblo permanece y algo queda de uno agarrado a los cuetos, los chopos y los rastrojos. En las ciudades se muere uno del todo; en los pueblos, no; y la carne y los huesos de uno se hacen tierra, y si los trigos y las cebadas, los cuervos y las urracas medran y se reproducen es porque uno les dio su sangre y su calor y nada más.

Descanse en paz Miguel Delibes,
un hombre de pueblo.